miércoles, 10 de agosto de 2011

Hombres

Carla estaba contenta: en pocas horas partía de su ciudad hacía la capital para cumplir su sueño. A pesar de todo el esfuerzo que había vertido en conseguirlo, era inevitable no sentirse triste. Dejaba atrás diecinueve años de su vida. Sabía que su familia iba a estar bien y sabía que sus amigos la añorarían pero, lo que no sabía era lo que pasaría con él. En las últimas dos semanas se había vuelto a ilusionar por alguien, había vuelto a esperar hasta la madrugada para que le llegara un mensaje con palabras bonitas y había cambiado el vodka por champán. Tumbada en su cama, ni se le pasaba por la mente que en pocos días él iría de la mano de otra persona. Carla pensaba que él la esperaría. Se equivocaba. Tres semanas después de partir ya no habían mensajes, ya no habían llamadas pidiendo encuentros secretos, ni habían más ‘te quiero’. Él estaba buscando el consuelo en otros labios color carmín.

Creía que estaba viviendo su mejor momento y que se sentía feliz a su lado, pero Claudia sabía que no era así. Mientras lo besaba, mientras tocaba su cuerpo y susurraba en su oído estaba pensando en él. Lo habían dejado hacía ya 1 año, pero no lo había olvidado. Y cada vez que se encontraba con él, aunque fuera cogida de la mano de su nuevo amor, el corazón le palpitaba con intensidad y el pulso se le disparaba. ¿Qué le había dado aquel hombre que no podía dejar de pensar en él? Sabía que conversaciones interesantes, empatía y romanticismo, no. Él nunca se había preocupado por sus sentimientos, pero Claudia se lo perdonaba y lo besaba. Se acostaban, deshacían las sabanas y dejaban sus cuerpos sudorosos acostados sobre la cama. Y él no decía nada. Ahora, pasado un año, seguía queriéndolo como el primer día y su nuevo novio, en cierta medida, lo sabía también. La intensidad de sus miradas cuando se encontraban y las medias sonrisas, los delataban. Seguía habiendo pasión, pero no sentimiento.

Lorena había vivido toda su vida bajo la sombra de los demás. Y con él, llegó su momento de despertar. Desde que entró en su vida, todo había dado un giro: ahora se sentía más segura, se sentía protegida, querida y, sobre todo, se sentía guapa. Nadie la había tratado nunca con tanto amor y tanta protección como lo hacía él. Para ella, él era un dios. Era perfecto: estudioso, atento, trabajador, cariñoso. No podía pedir nada más. Por eso, ahora que él está de viaje y no lo tiene cerca, rompe a llorar. Lorena se pregunta cómo alguien como él puede quererla. Nadie antes le había prestado su ayuda cuando tenía un problema, nadie a no ser que buscara algo a cambio. Iba con sus amigos y estaba con su familia. Pero nada más. Simplemente estaba, sin levantar nunca su voz. Ahora, junto a él, había llegado su momento.

Cuatro años y medio juntos. En los tiempos que corren, eso es toda una vida y Alicia era consciente de ello. Prácticamente lo habían hecho todo: escapadas nocturnas, salidas a hoteles de lujo, noches en la playa, fiestas en yates, cenas románticas amenizadas con velas y pétalos de rosa, tardes de cine y semanas vacacionales en París. Y todos esos momentos de pasión se ven deslucidos por las discusiones, la rutina e incluso la desconfianza. Se conocen perfectamente, saben lo que piensan con sólo mirarse y saben si mienten o esconden algo si perciben algún gesto sospechoso. Ahora, mientras el sofá y el televisor son la única compañía de él, Alicia esconde su enfado y frustración tras la pantalla del ordenador. Ella piensa que ya no queda nada de la llama de la pasión, ni siquiera sus cenizas. Y lo que no se esperaba bajo ningún concepto era que él volviera a los inicios: venda en los ojos, habitación con flores y espuma en la bañera. En efecto, no había llama, ni cenizas; había fuego.

1 comentarios:

Raquel dijo...

Me han gustado mucho cariño!!
ayyy lo que daria yo por tener tu cabecita!!jajaj

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